Los auténticos Piratas Del Caribe

Estaban siempre al acecho de los grandes cargamentos de plata y oro sacados desde 1560 por los españoles en sus buques desde las entrañas de América rumbo a Europa. De Zacatecas, en México. De Potosí, en Bolivia, alimentando con toda esa riqueza el vasto aparato administrativo de la Corona Española y de su milicia.
A los que era necesario destruir a toda costa según consigna unánime de sus enemigos, terrible misión guerrera marina que recayó en los llamados corsarios o piratas.
El corsario, armado de su barco y tropas, tenía la llamada “patente de corso”, para atacar embarcaciones contrarias a los intereses de la nación que representaban. Ese fue el caso del conocido Francis Drake, también conocido con el simpático nombre de “El Azote de Dios”, que actuaba a conciencia de la reina Isabel Primera de Inglaterra y que hizo lo que le dio la gana: se tomó Santo Domingo, Cartagena, La Habana, Santiago, Cádiz, Cabo Verde, las Canarias; ciudades a las que cobraba por su rescate, dio la vuelta al mundo dos veces, lo nombraron vicealmirante, derrotó a la armada española denominada Felicísima y los esperó, con toda la calma del mundo, en el puerto de Plymounth. Según una leyenda inglesa se encontraba jugando bolos cuando requirieron su presencia para enfrentar al poderoso enemigo. Dijo entonces con extrema frialdad: “Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles”.
La fama de Francis rebasó la historia entrando en la literatura. El ilustre cronista Juan de Castellanos, en 1586, escribió el libro El discurso de Drake, texto vetado por Pedro Sarmiento de Gamboa al considerar que pintaba como flojos, bobos e indolentes a los españoles. Lope de Vega le dedica el poema La Dragontea en 1602. García Márquez, en Cien años de Soledad lo coloca ejerciendo su oficio a través de toda la península de la Guajira. Al final, para que no quedara dudas que era un héroe nacional del imperio británico, doña Isabelita Primera lo nombró caballero: todo un pirata convertido en Sir.
LOS SíMBOLOS DE LA PIRATERÍA. Cuando un barco pirata iniciaba las maniobras de asalto, se izaba la bandera de la calavera cruzada con los huesos en blanco sobre un terrible fondo negro.
Conocida con el nombre de Jolly Roger, cada quien la diseñaba a su libre albedrío según las variaciones que le fueran ocurriendo: un reloj de arena, dos esqueletos bailando, un corazón sangrante, un dardo, una lanza, una espada; en fin, todas las variaciones posibles que se le ocurriera al capitán de la expedición como su original marca distintiva.
Las más celebre de las canciones de piratas, de autor anónimo, señala que el ron, bendito ron –como dice una criolla letanía de carnaval- es el absoluto protagonista de sus desvelos. Esta es una de las estrofas: Son quince que quieren el cofre del muerto/son quince/ ¡oh, oh, oh!/ ¡Viva el ron!/El diablo y las copas lleváronse a todos/ El diablo, ¡oh, oh, oh!/ ¡Viva el ron”. Otra, para que no haya dudas sobre los dogmas de la piratería: “La vida pirata es la vida mejor/Sin trabajar / sin trabajar / sin estudiar/ sin estudiar / con la botella de ron!
DE DóNDE SON LOS PIRATAS. Los piratas aparecen tras la repartición del mundo en el tratado de Tordesillas en 1493 entre Portugal y España. Para que no quedara duda, el acuerdo fue refrendado por la gracia divina de Alejandro VI en la famosa bula Inter Caetera en que otorga el dominio a los Reyes Católicos de los territorios de ultramar posesionados y por descubrir. Casi nada el regalo, molestando, por supuesto, a las otras potencias europeas que apelaron a diversos subterfugios para minar la inevitable expansión española.
Uno de los modos de cerrarles el paso a los hispanos fue atacando los barcos rezagados de los grandes convoyes que partían desde Panamá, o del puerto de Veracruz, en México. El asalto era perpetrado por piratas sanguinarios que tras su ataque, se refugiaban en pequeñas islas para repartirse el botín bebiendo ron con sus mujeres. Las que se unían a la causa de juergas y saqueos llegando, incluso, a pelear en los abordajes con idéntica bravura que sus colegas masculinos. Ese son los casos de Anne Bonny y Mary Read, que peleaban un cuerpo a cuerpo nada metafórico y cuyas hazañas llenaban de terror y espanto a los espíritus cristianos que viajaban en las naves españolas.
En la película El Cisne Negro, de 1942, el actor Lyonel Barrymore, en su rol de pirata, llega a una taberna, ebrio, cojo con actitud camorrera. Les espeta a los asustados parroquianos con esta amenazante diatriba: “Abordamos un bergantín español cargado de hidalgos castellanos y sus bellas damas. Sabes que hicieron? Cortaron en rebanadas a los hidalgos como si fuesen pan y los echaron a los tiburones. Y sabes que hicieron con las bellas damas? Después de cortejarlas, por así decirlo púdicamente, le cortaron las venas de sangre azul y la echaron en las lámparas para calentarse”.
Otro célebre tipo de pirata fue el de los bucaneros. Asentados desde 1605 en la parte Noroccidental de la isla de La Española (Haití), estaban constituidos por colonos franceses y en mínima proporción, de otras nacionalidades. Su actividad era el contrabando y la venta de carne ahumada, muy apetecida como provisión de los barcos, preparada en el Bucán, una parilla constituida de troncos recién cortados. De allí, de la palabra Arawak buccan, viene su nombre.
Los españoles los expulsaron de ese territorio, replegándose a la famosa Isla de La Tortuga para ejercer el contrabando. Ante la persecución de los españoles de esta última actividad, decidieron desafiarlos a fondo convirtiéndose en temibles piratas, apoyados por los ingleses, franceses y holandeses.
La corona inglesa, en franca rebatiña por el control de rutas y territorios con la española, decidió otorgarle a los bucaneros “licencias”; a cambio de una participación en las ganancias. El gobernador de Jamaica, Thomas Modyford les dio una base: la ciudad de los piratas: Port Royal.
Uno de los más grandes bucaneros fue Daniel Montbars. Arrasó, hundió, saqueó barcos españoles con toda su tripulación, convirtiéndose en leyenda terrorífica con su apodo: El Exterminador. Pero sin duda, las hazañas bucaneras más portentosas estuvieron a cargo del Galés Henry Morgan que se apoderó a sangre y fuego de Maracaibo, Portobelo y Panamá, saqueándolas con quema incluida, devolviéndose a Inglaterra con un formidable botín que le transformó la vida. Pasó a ser un hombre riquísimo y como acto de gratitud por servicios prestados al estado británico, el Rey Carlos III lo nombró como caballero de la Corte de Saint James. La lista de piratas es larga y corajuda: Jean Florin, Jacques de Sore, Francois Leclerc, alias Pata de Palo, John y Charles Hawkins, Jean El Olonés Nau, Edward Teach, mas conocido como Barbanegra, Francois de Granmot, alias Capitán Sonda y muchos mas.
Los piratas, bucaneros y corsarios entraron en franca decadencia alrededor de 1690. Las potencias europeas en conflicto dejaron de acompañarlos en sus aventuras en el azul Caribe, quedando a la merced de su codicia y de las rebatiñas entre ellos mismos, hasta que lentamente la vejez, la sífilis y el alto consumo de alcohol terminó aniquilándolos. La presencia de los piratas en el Caribe cambió el trazado de las rutas comerciales, desarrollando islas y poblaciones, imponiendo su cultura, trastornando de forma radical el poder de la Corona Española en América.
Por Adlai Stevenson Samper