Desafiando el síndrome de Parkinson

A la memoria del doctor Jorge Daza Barriga, neurólogo y quien fuera el médico especialista del protagonista de esta historia
Luis Sánchez Bonett
Hace 18 años su cuerpo detectó los primeros síntomas de lo que hoy conoce el mundo como síndrome de Parkinson. Muy extraño en un joven de costumbres sanas, practicante de deporte y sin ningún vicio conocido. Fue un campanazo de alerta que lo estremeció de miedo y vergüenza. Pero así mismo como se percató del mal, sintió la responsabilidad de aceptar el reto. Contó con el respaldo de su familia.
Hoy ese mal que en el mundo afecta a miles de seres humanos –si bien no ha sido desterrado del todo de su cuerpo– sí ha cedido poco a poco, ante la voluntad férrea del personaje de esta historia, que a base de dedicación deportiva ha avanzado enormemente.
Nuestro personaje es Luis Sánchez Bonett, tan reconocido por su vocación innovadora en el arte de la arquitectura como reconocido ha sido en la práctica del fútbol. Este arquitecto empezó como futbolista de las selecciones del Atlántico en torneos nacionales, preseleccionado por Colombia a torneos suramericanos. Formó parte del Club Millonarios de Bogotá en 1970.
Lo admirable en Luis Sánchez Bonett, mejor conocido como Luchín, es su tenacidad para enfrentar el terrible mal que a muchos otros ha derribado sin contemplación. Para él, lo primero es reconocer que se padece la enfermedad, inocultable por la pérdida de condiciones motoras y el dominio de sí mismo, que se vuelve casi siempre incontrolable en piernas, brazos y especialmente en las manos.
El fútbol, gran soporte
“Empecé a jugar el fútbol a los 17 años, en un comité sin peso alguno en la Liga de Fútbol del Atlántico, “el comité del Paraíso”, y en un equipo igualmente desconocido: la Defensa Civil de Boston. De ahí pasé al Independiente, igualmente del mismo barrio. Si bien estaba en un ámbito desconocido, existía un grupo humano con unas características muy significativas, todos éramos estudiantes, vivíamos en el barrio Boston, un barrio de clase media, pero además era un grupo de calidades futbolísticas excepcionales. Entre otras cosas fuimos los precursores de las medias sin el tobillo y de los cabellos largos. Era apenas obvio: nuestro punto de referencia estaba fijado en El Gráfico, revista argentina”.
Los nombres de Victorio Márquez, Kike Osorio, Víctor Delvechio, Efraín Barros, Wilmar Cabarcas, Luis Consuegra, Jorge Castellanos, Marcos Castellanos, Johny Castellanos y Alejandro Escolar bien los recuerda Luis Sánchez. Ellos –dice– pronto fueron escogidos en diversas selecciones para representar al Departamento. “Éramos amantes del fútbol lírico, pero también del rigor táctico o ‘estratégico’, como se dice hoy en día, pues contamos con la suerte de tener dos personajes no solo llenos de sabiduría del fútbol sino capaces de orientarnos como personas: Ramón Collante y Marcos Coll. Ambos eran adelantados en el fútbol.
En el rigor de los entrenamientos a los jugadores se les permitía inventar y realizar cualquier cantidad de las famosas ‘jugadas de laboratorio’. Era algo novedoso en el fútbol del Atlántico que Marcos Coll y Ramón Collantes, seguidores del fútbol-arte, no solo practicaban sino que disfrutaban plenamente. Ellos veían el fútbol como una manifestación cultural. De ahí que casi todos los que formaron parte de ese equipo que por los años 70 se llamaba Independiente, culminaron estudios profesionales en diversas áreas: Derecho, Administración de Empresas, Arquitectura, Ingeniería Eléctrica y otras más.
Luis Sánchez combinaba entonces sus estudios de Arquitectura con el fútbol, en un proceso muy privativo. Fue llamado a la Selección Atlántico en 1969 al Campeonato Nacional de Mayores en Pasto. Allí se codeó con Boricua Zárate, Fernando Romero, Muñeca Donado, Pocholo Herrera, Ariel Valenciano, Chachi Polo, Nieto Sánchez, Wulfran Campero Cervantes, Charol Jiménez y Agustín Arroyo. Más tarde fue llamado al Seleccionado Juvenil de los años 70.
En esta última selección estuvieron también Victorio Márquez, Del Vecchio, Efraín Barros, Gustavo Maldonado, Sarmiento, César de la Hoz, Cassiani, Álvaro Meléndez, Wilfrido Leyva, Gastelbondo, Lozano, Güete. Terminado el partido 3-3 con Meta y que Atlántico debió haber ganado fácilmente, López Frettes, que estaba de veedor, le dijo a Marcos Coll: “Estate tranquilo, que tienes un gran equipo”.
El Campeonato Suramericano que debía realizarse en Caracas fue aplazado y Luchín ve truncado su ilusión de estar en la Selección Colombia. Entonces Marcos Coll le da una carta de recomendación para los Millonarios, que dirigía el médico Ochoa. Al día siguiente estaba ya entrenando con figuras de la talla de Basílico González, de los paraguayos Paniagua y Julio Gómez, de los argentinos Suviat, Lavezzi, y de Segrera, Maravilla Gamboa, Willington Ortiz, Alejandro Brand, Jaime Morón, Florián, Chonto Gaviria y Gabriel Hernández. Estaba rodeado de cracks.
Una sola temporada estuvo en Millonarios. En realidad en él no existía el “hambre de fútbol, no tenía el hambre de comida que caracteriza a casi todos los boxeadores humildes que aspiran a ser campeones del mundo. Para él, el fútbol no era más que el ejercicio del juego, de ese pasatiempo en el que se divertía y divertía. Y aunque era consciente de la gran calidad y virtudes técnicas que poseía y le eran reconocidas, prefería seguir adelante en sus estudios de arquitectura. De tal manera que transcurrido un año, los sucesos que impregnaron a nivel social y político al planeta fueron más agradables que el motivo que me había llevado hasta ese punto en el fútbol”.
En una crónica escrita por él en el año 2000 bajo el título de “Lecturas urbanas”, en el que se refiere a la problemática de Barranquilla frente al TLC, la Inseguridad y el POT y publicada bajo el auspicio del Observatorio del Caribe Colombiano y la Universidad del Atlántico, resalta como aquellos gritos del espacio público de “Millos, Millos, Millos” de cuando militó en la escuadra bogotana, fueron cambiados por otro grito que se tomaba no las tribunas, sino las calles bajo el eco de crear “un, dos, tres”, que fue la consigna del Che Guevara en su filosofía de crear muchos Vietnam en Sur América. Estudiante de la Universidad Piloto de la capital del país, para Luis Sánchez, por su condición entonces de líder estudiantil, era mucho más importante analizar la crisis política de Francia, el movimiento estudiantil en el mundo, los 68 muertos que dejó la protesta social de México por el cambio en lo tradicional y la crisis universitaria de Colombia de esos tiempos tormentosos.
Lo político le había ganado al fútbol
“Toda esa situación social creó en mí el convencimiento del deporte con cultura”, dice Luis Sánchez, quien sostiene que hoy en día el proceso globalizador que impregna a la sociedad el deporte y en particular el fútbol, domina el rendimiento-resultado sobre la cultura corporal lúdica; es decir, el deporte está asociado al consumo de eventos deportivos, que hacen perder un discurso sobre el hombre, la naturaleza, la vida, la muerte, la religión, como la búsqueda diferente de una sociedad tal como lo hacían los griegos.
“Este proceso de aprendizaje del que muchos somos partícipes, que va más allá de lo meramente físico-atlético para internarse en lo psíquico, en la autoestima, en el reconocimiento a la potencia de la personalidad. En mi caso, esto me ha permitido controlar la enfermedad de Parkinson, pues cada vez que acaricio un balón es un reto por ganar el respeto dentro y fuera de la cancha. Pero igualmente en el espacio de reflexión de la ciudad, a través del evento académico que desde la facultad de Arquitectura vengo impulsando en la Universidad del Atlántico, para hacer de ella un ágora donde se discuta su problemática”.
Hace aproximadamente 5 años adelantó un proceso de tratamiento médico en el Centro Internacional de Tecnología en La Habana, Cuba. Recuerda que lo primero que le dijeron los especialistas fue que de esta enfermedad nadie moría. Y lo más sorpresivo fue que el primer instrumento que le dieron fue un balón de básquet; y el espacio físico, una pista atlética de dimensiones reducidas, e igualmente toda una implementación de estática, escaladoras, barras y balones abdominales. Se traslada de una verdadera concentración deportiva donde se trabajaba de lunes a sábado, de ocho a doce del día y de dos a seis de la tarde.
Ahora, la cancha de San José, en Barranquilla, donde habitualmente juega partidos sin importar el canicular sol dominical, es para Luchín como el Wembley donde los ingleses se mostraron orgullosos por muchísimos años. Mientras se recrea colocando pases para gol o driblando rivales con su especial virtud para dominar la redonda, siente que su corazón explota de emoción porque, como diría el poeta Benedetti, “recibo el regalo de sonrisas, las manos que me aprecian, la gente que posee el sentido de justicia, la importancia de la alegría: a esto los llamo mis amigos”.
Para Luchín, la ciudad el lugar de lo público por excelencia se constituye también en un ámbito donde la autoestima encuentra también su forma de manifestarse. Por esta razón el reconocimiento como arquitecto del año 2012, otorgado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, Seccional Atlántico, es valorado por él como ese gran trofeo que alguna vez obtuvo en un campeonato nacional. Sin abandonar el deporte, continuó sus estudios y se especializó en México en la UNAM, además de adelantar y hasta el día de hoy, en la Universidad del Atlántico su labor docente e investigativa. Siempre está en construcción de la autoestima.